lunes, 1 de septiembre de 2008

Creamfields cumplió 10 años: carpa, circo y dance

El fin de semana en las afueras de Manchester, Inglaterra, hubo festejo con un mega evento en el festival dance por excelencia. Sinónimo de parque de diversiones, shows, camping y baile, con juegos y enormes carpas, hubo presencia de argentinos. Se entiende, porque el Creamfields de Buenos Aires es el más masivo del planeta. Un enviado de Clarín pasó dos jornadas entre el barro y el mejor dance.

Nació en Inglaterra en 1998. Llegó a la Argentina en 2001 y, pronto, el de Buenos Aires se convirtió en el festival de música electrónica más convocante del planeta. Aquí, un recorrido por todas sus épocas al ritmo de Tiesto, uno de los principales agitadores del fin de semana en las afueras de Manchester.

En 1998. Llegó a la Argentina en 2001 y, pronto, el de Buenos Aires se convirtió en el festival de música electrónica más convocante del planeta. Aquí, un recorrido por todas sus épocas al ritmo de Tiesto, uno de los principales agitadores del fin de semana en las afueras de Manchester.'

Maradona, no. Ni Gardel. Y menos, Borges. "Ah, Buenos Aires, la capital del dance, ¿no?". Con semejante referencia, algún disc jockey o algún bailarín podría relacionar tu ciudad de referencia aquí en el Creamfields inglés. A ver, el festival de electrónica bailable más famoso también se organiza en la Argentina desde 2001. Una sola vez por año en noviembre, sí, pero esa sola fecha basta para que 60.000 concurrentes ayuden a que Buenos Aires entre al Guinness como "la ciudad con el Creamfields más masivo del mundo". Más aún: "el festival pago de un solo día con más convocatoria del planeta". Por si fuera poco, su organizador, Martín Gontad, fue elegido por la revista británica DjMag como un "alquimista" de la electrónica actual porque es "el hombre más poderoso del dance sudamericano".Pero estamos aquí porque el festival nacido en Liverpool cumple 10 años. Para festejarlo, se desdobló en dos jornadas, la del sábado y la del domingo, repitiendo la localidad elegida el año pasado para reemplazar a la ciudad beatle original: Daresbury, equidistante entre la portuaria Liverpool y la enladrillada Manchester. Al tratarse de una zona rural -de ésas que multiplican pasto, cardos, vacas, rutas y postes de luz como yendo a Tandil, pero alrededor de un único gran hotel gran-, el evento se torna procesión y camping juveniles en provincia, cual recital ricotero o un Cosquín rock. Desde el vamos, es incomparable con nuestra versión capitalina, fuera en Madero o sea hoy en el autódromo.Además, el evento no sólo se compone de carpas gigantescas de diseño circense donde tocan bandas o djs. También tenemos un parque de diversiones y ahora un camping. Pero, sobre todo, sorprende una actitud carnavalesca de parte de los concurrentes: ¿por qué la Buenos Aires dance fue perdiendo el disfraz? Acá no hay temor al ridículo: las chicas exhiben desafiantes sus kilos de más y los chicos no pueden ocultar que la cerveza le suma panza hasta al flaco.Ah, lo del "descontrol" es un mito: existe más violencia cerca de Creamfields cuando se topan los barrabravas de Liverpool con los de Manchester. En el festival prima el control: se trata de un playroom bailable al aire libre, con estímulos varios, diseñado para veinteañeros, bien vigilado, donde lo único que se descontrola en todo caso es la cabeza de cada cual. Pero de agresiones, nada. ¡Si hasta los controles de alcoholemia se hacen chequeando a los conductores con videogames! El alcohol es un estimulante básico. Para evitar hacer más colas en los puestos de comida, los bailarines pasan con una botella por mano. Se sabe: aquí la cultura alcohólica es cotidianamente excesiva. Qué hígados.Ahora bien, esta paisajística mitad techno mitad natural es única en la historia de la humanidad. Al atardecer, el sol cae al fondo de unas sierras tapizadas por cientos de carpas, mientras los juegos mecánicos recortan sus carteles (se lee "Vertigo", "Extreme"), mezclándose así la bucólica campiña con el estridente Italpark, el día externo con la noche artificial de las carpas, los bombos electrónicos y el olor a ganado. Los tréboles, tan pisoteados, ya forman una ensalada de berro tamaño golf para miles y miles de botas de lluvia. .........................................................Esta edición "décimo aniversario" de Creamfields cuenta con los nombres ya clásicos de la escena (djs estrella como Paul Oakenfold, Tiësto o Paul Van Dyk y músicos como Fatboy Slim, Underworld, Soulwax o Gorillaz Soundsystem). Hasta aquí, rutina. Pero la máxima sorpresa es que haya tanto rock. El mentor del festival, James Barton, nos explica que quiso empujar los límites hacia el rock para mantener fresco su evento y por eso incluyó al grupo de techno-glam Kasabian como gran número de cierre. Programar en el escenario central el "post-punk blusero" de The Gossip (cero electrónica) fue todo un atrevimiento.El festival sirve también como balance de la movida dance desde su big bang en el '88, su apogeo comercial en el '98 y lo que actualmente el crítico Simon Reynolds llama "la era de su consolidación" donde "las ideas y los ideales no son más que extensiones de los de los '90". Aquel Pappo que se burló de dj Deró porque "no tocaba" se debe estar riendo en el Cielo. Si hoy la mayoría de los djs se pasaron a los prácticos cds o a la computadora portátil, muchos rockeros jóvenes (los hay muy promisorios: The Whip, Late of the Pier) ejecutan bajos y baterías en vivo siguiendo secuencias digitales, en busca de un groove bailable. ¿No será que los djs al final están cumpliendo con el objetivo que les corresponde y punto: armar la fiesta y que todos bailen? Es una época de realismo y profesionalidad. Nada épica, nada artesanal, lo contrario de aquellas primeras raves ilegales. En lo musical, es una etapa funcional más que evolutiva para el dance. Cuando aquí toca una gloria como Chic (sí, ¡volvió la disco 1978!), tras la banda que editó uno de los mejores discos del año, Hercules & The Love Affair, uno descubre de dónde viene el llamado "Nu Disco" tan en boga...Justamente lejos están los días en que el jungle anunciaba una creación de ritmos inagotable y el sampler prometía nuevas texturas: hoy el revisionismo manda y mucho del dance actual ya repite las taras del rock de los '90, aquél que se miraba en el espejo retrovisor de su propio museo. Es decir, aquéllos que confiábamos en el futurismo masivo del dance contra la inercia regresiva del rock en los '90, tenemos que aceptar que esa electrónica se ha convertido en una opción más en el paisaje de ritmos. Existe Creamfields como hay festivales de blues o heavy.Miren el caso de Fatboy Slim. Cuánto hace que no compone. Su show es una auto-antología que no deja de demostrarnos su máximo potencial: el carisma. Ahora, cuando hace navegar su Rockafeller Skank sobre el riff del Satisfaction stone, ¡qué intensidad! .........................................................Sin dormir, recién aterrizado de la isla griega de Mikonos donde tocó, aquí está nuestra exportación más importante en rubro pinchadiscos: Hernán Cattaneo. El pelo largo que remite a Tinelli, los jeans rotos casi grunge, la remera percudida, como si fuera a hacer un asadito. Una mirada limpia y una pose cool lejos de la demagogia. Su carpa hierve de gente, protegida de la tormenta que chorrea en los dinteles de lona. De haber truenos, los graves que vibran adentro los silenciarían. Hasta el guardia detrás de las vallas se contagia con ese ritmo de trenes que pasan, mientras echan humo de pista unas locomotoras invisibles. El piso ya es de barro; parece una mousse con crocantes de latas y botellas plásticas semi-aplastadas. Igual, se baila ahí encima y hay quien extiende una bandera con los mismos colores argentinos de las luces que se mueven detrás del dj.Cattaneo exhibe una profesionalidad impecable, de una eficiencia tal que le permite estar hoy en una fiesta en Bulgaria, mañana en otra Polonia, el lunes quizá en China. Un workaholic del dance global..........................................................Ahí va la chica con su tutú de tul flúo medio caído; allá, el rubiecito con vocación hooligan dándole el frente a un inodoro de pasto y la espalda a la ruta. Cuando la fiesta termina, habría que recordar que lo mejor ha sucedido donde ninguna descripción periodística llega: en la cabeza y el cuerpo de cada uno. Como en el amor, no se explica la felicidad que se siente entre flashes y beats. Pero así se explica por qué aún miles de personas no quieren dejar de juntarse a bailar, aunque la electrónica no sea más "el futuro del pop". ¿Cómo va a morir el dance entonces?...

Por; MARIA LLIFEN GOMEZ

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