domingo, 27 de septiembre de 2009

Fiestas privadas: Cada fin de semana reúnen a más de 3.000 jóvenes

Lunes 7, septiembre 2009

Sociedad

Se organizan en quintas, clubes y casas de Capital y el Conurbano. Se difunden por Internet y tienen cada vez más público. Son legales, pero sólo pueden ser controladas si hay denuncias de vecinos.

Por: Victoria De Masi

Encuesta
¿Cree que los controles de venta de alcohol deberían extenderse a las fiestas privadas?
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La oferta de diversión nocturna destinada a los jóvenes ofrece una nueva posibilidad: las fiestas privadas, organizadas por ellos mismos. Este tipo de eventos aumentan en cantidad y calidad cada fin de semana, y así, se convirtieron en la alternativa a las discos de moda.
Los chicos dicen que las prefieren porque son más tranquilas, se sienten identificados por la música y porque no deben someterse al maltrato de los patovicas.
Para los organismos que deben controlarlas, el tema es complejo porque no está claro si por darse en un ámbito privado pueden inhabilitarlas.
Así las cosas, los organizadores avisan que si se da la restricción de horarios en la Provincia, es muy probable que las quintas y casonas sean las próximas sedes de la noche joven.
Las hay temáticas, de disfraces, en homenaje a la marihuana, a la música disco o al rock de los '90. A veces tocan bandas o actores y performers copan un escenario improvisado. En Capital y GBA, se hacen unas 15 fiestas privadas por fin de semana que convocan a más de 3 mil jóvenes de entre 25 y 35 años. El precio de la entrada es, por demás, atractivo: entre $ 10 y $ 15, a contramano de los boliches de moda, donde el ticket de ingreso cuesta hasta $ 40.
"Hay un circuito legal de fiestas que son las que se hacen en los boliches 'clase C' y hay otro circuito, que crece cada vez más, que es el que elige otro camino, el clandestino", resume Gonzalo Paredes, de 25 años, uno de los organizadores de las fiestas Bombalá, Adzurda y De la Flor.
Quienes están a cargo de estos eventos no son novatos: saben que deben preparar la barra, tener un buen sonido, un sistema de iluminación acorde y hasta personal de seguridad. "No son los típicos patovicas, sino gente que controla que no tomen alcohol en la vereda, por ejemplo", agrega Paredes. "Metimos 200 personas en agosto de 2006, en una casa de San Telmo. A fin de año tuvimos que cambiar de lugar porque iban 1.600 chicos", recuerda Julio Ortega, de 28 años, que junto a Ezequiel Comerón, de 30 años, organiza la Plop!, una fiesta donde se mezcla la puesta en escena, la música pop y la moda. Y advierte: "Las fiestas en casas es lo que se viene, porque no te ponen horario, te encontrás con amigos y no tenés que estar apretujado como en un boliche. Con el valor agregado de la creatividad que le ponés a cada fiesta, haciéndola diferente", opinan. Desde hace un año, la Plop! es la fiesta privada de mayor convocatoria: todos los viernes reúne a 1.500 jóvenes.
En una tendencia que está crecimiento -en un año se duplicó la frecuencia con que se organizan-, los jóvenes explican por qué las prefieren antes que a las discos: "No importa la cara que tenés, así que no tenés que bancarte que un patovica te desprecie en la puerta", confía Romina Lemón, de 30 años, habitué de las fiestas privadas.
La difusión se da a través de Internet y redes sociales, la misma herramienta que usan los inspectores para identificar cuándo y dónde se realizan las fiestas. De todas formas, ambos distritos asumen que el control es difícil. "Si se hace en una casa, aunque sean 200 personas no podemos entrar a inspeccionar. Salvo que por algún sitio web nos enteremos que están por hacer un recital en algún galpón que no cumple las condiciones de seguridad o que haya denuncias de vecinos", explican desde la Agencia Gubernamental de Control porteña.
En la Provincia, el panorama es el mismo: "Si hay un fiesta multitudinaria en un lugar privado, sólo podemos entrar con la orden de un juez", indican voceros de Desarrollo Social. En algunas zonas del Conurbano ya despertaron la polémica. Parque Leloir, un bosque de fácil acceso en el oeste de GBA y cortado por enormes quintas, es un clásico en materia de fiestas, sobre todo en verano. "Para hacer un evento en Leloir, basta un jardín y dos baños", señala un organizador que pidió anonimato y sigue: "El problema son los vecinos, que ante el mínimo ruido llaman a la Policía". La Comuna los sigue de cerca: "Si se trata de un gran cumpleaños, que no molesta a los vecinos, se pueden hacer. Pero hubo casos en los que, tras una denuncia, se detectó el ingreso y la venta de alcohol a menores. Ahí sí las clausuramos", señala Alfredo Almeida, secretario de Gobierno de Ituzaingo. En este sentido, Eduardo Sempé, del equipo de Fiestas Clandestinas marca un antes y un después de Cromañón: "Arrancamos en garages y quintas, pero después del 30 de diciembre, se privilegia la seguridad del lugar", cierra.



Opinión personal

Como se menciona en el artículo, las fiestas privadas son cada vez más frecuentes en la noche porteña. Para realizarlas, los dueños de casa sólo deben contratar un buen sonido, algo de iluminación y una barra de tragos.

A mi modo de ver, este tipo de eventos tienen sus ventajas; ya que el costo de las entradas es bajo, los jovenes no deben esperar en la entrada ni sufrir el maltrato de los patovicas, y éstos mismos suelen sentirse más identificados con la música y el ambiente.
A pesar de estas cuestiones, la realización de las mismas es un tema muy controversial, ya que no pueden ser controladas por los organismos correspondientes y son absolutamente legales.
En estos eventos, las medidas de seguridad son nulas, y -en el caso de que surja algún incidente- las consecuencias podrían ser muy graves.

En mi opinión, que estas fiestas sean legales no está mal, ya que forman parte de la privacidad de las personas. Aunque, de todos modos, considero que al superar un determinado número de invitados, ya deberían ser reguladas por normas que exijan el cumplimiento de ciertas reglas (como medidas de seguridad, restricción de horarios, etc.).
Delfina Joaquín (Legajo: 52524)